"La venda en los ojos" Día Internacional de las Personas con Discapacidad.

Aunque tratas de mostrar tranquilidad e incluso bromeas sobre ello, estás nervioso. Hasta ahora la sensación de oscuridad iba asociada a descanso, sueño, paz. Quizá por ello cierras los ojos cuando te colocan la venda, por si se tratara de eso, un sueño. Pero hay una voz que te habla, cercana y cálida, y sabes que a partir de ese momento esa voz es tu única referencia para sentirte seguro. Te dice que cojas su brazo, y comienza la inmersión en un mundo diferente, imperfecto porque no puedes verlo, pero al que no puedes renunciar porque estás vivo, y la vida es eso, un reto permanente, sombras y luces. Y como decía Albert Camus, “no hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche”.

Te concentras en los otros sentidos con los que cuentas, y la primera sensación es el frío. Ya ha anochecido –eso te han dicho-, y la temperatura ha bajado considerablemente. “Vamos a ir a la biblioteca”, te dice la persona que te acompaña. Tú caminas cogido de su brazo, apenas unos centímetros por detrás, pero no puedes quitarte de la cabeza esa sensación de vacío y vértigo a cada paso. Incluso adelantas la mano para percibir obstáculos que podrían dañarte. “Si tuviera un bastón”, piensas, mientras tratas de acompasar tus pasos a los de tu acompañante. A veces la textura del suelo cambia y tu cerebro te envía mensajes de alerta, “no tropieces, no te caigas, no te hagas un esguince de tobillo…”

Llegáis a la entrada de la biblioteca del Campus. Ya no hace frío, el ambiente es cálido y los sonidos de la noche dejan paso a un silencio que te tranquiliza. Ahora distingues mejor la voz que te ha acompañado en el camino, antes te costaba entender todas sus palabras si no se situaba frente a ti al hablar. Lo malo de agudizar el sentido del oído es que todos los sonidos se mezclan y es difícil separarlos. Te describe cómo es el espacio, los pasillos con las estanterías repletas de libros, las mesas. Te pide que cojas un libro al azar y tú recorres los lomos de varios hasta que te detienes en uno, ni demasiado grande ni demasiado pequeño, ni demasiado grueso ni demasiado delgado. Entonces te sientas y es ahí donde eres consciente de que nada es como antes. Comienzas el ritual que siempre has seguido con la lectura, primero acaricias la portada y acto seguido hueles las páginas, como haces desde niño, fascinado por ese olor del papel a estrenar. Pero al abrirlo y poner tu dedo sobre una página al azar para leer la primera frase que encuentres y hacer de ella una enseñanza vital, cae sobre ti todo el peso de las cosas cotidianas que no volverás a hacer. Reflexionas sobre ello un minuto y después le pides a tu compañera que te cuente sobre el libro que escogiste, es uno de viajes en el que se describen las cosas que hay que ver cuando viajas a cualquier país del mundo. “Las cosas que hay que ver”, murmuras…

A la vuelta, te preguntas cosas que nunca te habías planteado. ¿Los ciegos pueden ver en sus sueños? ¿Qué es mejor dentro de lo peor, ser ciego de nacimiento o quedarte ciego en un momento determinado de la vida? Porque el ciego al nacer no extraña los paisajes, los rostros, las miradas, y se adapta desde el principio a su situación. Mientras que el ciego que pudo ver jamás aceptará su nueva situación y vivirá en un perpetuo combate entre la frustración y el logro, dependiente a veces, otras autónomo, pero nunca como antes.

Tienes sed. Le pides a tu guía que te acerque a la máquina de refrescos. Pero es absurdo, una pantalla táctil te muestra cuán lejos está el mundo de los videntes del tuyo. No hay números en relieve que puedas sentir ni un audio que te oriente sobre los productos disponibles. Y si lo piensas, ni siquiera eres capaz de distinguir qué monedas llevas en el bolsillo.

Te quitas la venda. No ha sido un sueño pero ha terminado. Ahora comprendes tu enorme suerte. Y reflexionas sobre ellos, sobre su situación. ¿Por qué ser ciego te convierte en invisible? ¿Por qué ellos han de adaptarse a las ciudades, a las calles, a los espacios de ocio, trabajo y no al revés? ¿Quién es responsable del diseño de bordillos de 30 centímetros de altura, de la colocación de farolas en medio de las aceras, de la inauguración de bibliotecas sin un solo ejemplar en braille? ¿Quiénes son los ciegos?